Hay grados de corrupción
El presente artículo presupone en nuestros lectores un conocimiento superior al promedio sobre la conducta humana en sociedad; partimos de que lo deseable es la integridad y honradez, pero sabemos que esos ideales de perfección no se alcanzan casi nunca; lo cual no obsta para que muchos nos esforcemos por lograr una mejor conducta con resultados mixtos.
Por lo general se equipara la corrupción a la "coima" o "mordida"; es decir, el cohecho que se encuentra regulado mas o menos de manera uniforme en "...pedir u ofrecer algo para que un funcionario haga o deje de hacer algo debido o indebido relacionado con sus funciones...".
Existen múltiples matices en este nivel: el simple agente de tránsito que ocasionalmente complementa su dieta con dádivas de los conductores, el acólito que sustrae dinero de los cepillos a su cuidado o el carnicero que aparta para sí porciones que debería vender en beneficio de su patrón, pero en todos estos casos se trata de una conducta que se realiza dentro de un marco deontológico: el activo tiene conciencia de que está haciendo algo debido o indebido y, por lo general, su conducta es subrepticia y mayormente esporádica, casi siempre legada a satisfacer una necesidad real o artificiosa, pero que de uno u otro modo sirve, si no de justificación, si de explicación; a su vez, el copartícipe de esta corrupción suele recibir una compensación mediata o inmediata por la conducta indebida: el automovilista que, a cambio de la "mordida" se libra de una multa, o el dueño de la carnicería que no paga lo suficiente a los tablajeros le van a robar siguiendo el cuestionable adagio que reza: "negocio que no da para que te roben no es negocio"; es decir, aquí todos pierden o todos ganan un poco.
Si esto fuera toda la corrupción viviríamos en un a sociedad no perfecta, que ninguna lo es, pero más o menos tolerable, porque la conciencia serviría de regulador interno, mas allá del orden jurídico y el temor al castigo legal; no obstante, hay por lo menos otros dos grados más. Aunque debemos aclarar que no se trata de una escalera de estancos bien delimitados, sino mas exactamente una pendiente en donde las acciones van pasando de grises a negros de modo gradual y y no súbito.
La perversión. Mientras que en el estadio antes comentado el agente aprovecha la ocasión para satisfacer una necesidad actuando contra el paradigma correcto, en la perversión encontramos que los activos ya no aprovechan oportunidades, sino que las provocan en su beneficio, en esta categoría entran —para vergüenza de mi gremio— los abogados que viven bajo el deleznable lema de que "…el que no transa no avanza…", los médicos que retrasan la curación o realizan intervenciones innecesarias con el fin de cargar de honorarios a sus pacientes, o los burócratas que ponen trabas a los ciudadanos que acuden ante ellos con la finalidad de orillarlos a contratar los servicios de un "coyote" que sabe como solucionar los problemas… problemas creados a propósito por el funcionario de la ventanilla para solucionarlo interpósita persona, previo pago que se dividirá entre ambos implicados. A diferencia del caso anterior, los perversos siguen actuando en la sombra pero no se preocupan tanto por si su proceder es "debido o indebido", sino más bien se sienten en cierta medida "orgullosos" de su inteligencia, se consideran más listos o sagaces del resto de la gente, respecto de otros que actúan como ellos, se establece una especie de competencia. Saben qué actúan mal, pero no les importa.
Los estados de conducta no son estancos, es decir, que una persona haya cometido actos de corrupción elemental no garantiza que siempre se despeñará hacia la perversión y más hondo; cuando la persona tiene conciencia de sus actos, suele luchar por mejorar; así, aunque caiga, si se mantiene logrará fortalecer su carácter moral, por mucho que le cueste, pero el terreno del mal es resbaloso y escarpado; si no vives como piensas, terminarás pensando como vives, así, quien se acostumbra a consentir pequeños males más pronto que tarde irá, de manera casi insensible, llegando a estadios más profundos, como el siguiente:
La depravación.
Cuando alguien se ha llegado a acostumbrar de tal suerte a la deshonestidad que es ya su modus vivendi desaparece para ella el concepto de "debido o indebido"; ya ni siquiera considera su competencia a quienes actúan como ella porque el único parámetro de conducta que reconoce es su propia voluntad. Quienes están en este grado miran con profundo desprecio al resto de las personas, ni siquiera sus iguales resultan competencia sino obstáculos a quienes hay que someter, los ciudadanos son vistos como un masa manipulable… idiotas útiles, pero idiotas al fin, los adversarios son estorbos a quienes ha necesidad de comprar o eliminar, no se les considera competencia, sino escollos y, en cuanto al marco jurídico, no existe, porque con la suficiente acumulación de poder se puede suprimir a voluntad. Para el depravado el fin justifica los medios y la verdad no existe, existen solo opiniones de entre las cuales, la suya es la prevalente debido a que puede imponerla; Ante sus ojos el depravado es un super hombre cuya visión supera con creces a la del resto de los mortales y con eso aparece o se consolida el cinismo posmoderno; a diferencia del cinismo clásico, para quién mentir era el arte de tergiversar la verdad, para el depravado la verdad objetiva no existe, solo es verdad su propia palabra y; por ende la mentira no existe, ni existe tampoco el concepto de verdad objetiva. la verdad es de quién pueda imponerla.
No por nada Nietzsche murió loco.